Comencé el año 2011 en Oviedo. Como habíamos pasado la Navidad en León con Caminito, sus papás y la güeli Palmi, fuimos a despedir el año viejo y recibir el nuevo con la bisa, la güelita Mercedes y Tó.
La bisa se movía poco. Se sentaba en el sofá del salón o en el sillón de su habitación y no se levantaba. Yo le daba manotazos bien fuertes en sus rodillas para que se espabilase, pero no había manera.
Un hermano de la bisa vino a vernos con su familia un día. Parecían simpáticos, pero a mí no me pareció nada bien que se acercasen tanto a la bisa sin pedirme permiso. Además, estuvieron a punto de llevarse a la güelita y eso me pareció aún peor.
A principios de año, cuando nos marchamos de Oviedo, papá me dijo que fuera a darle un beso muy grande a la bisa y que me despidiera de ella. Yo le di el beso, pero no entendí porqué había que despedirse, podría haberse venido con nosotros. Así yo no sería la única que se desplazaba en sillita. Mientras mamá empujaba mi silla, papá podría empujar la suya.
A los pocos días de regresar a Casa después de las vacaciones, papá recibió una llamada y se puso muy triste. Me dio un beso muy grande y me dijo que tenía que irse a León a despedirse por última vez de la bisa. Por lo visto fue mucha gente y todos la querían. A mí no me llevaron porque papá decía que hacía frío y que vomito en el coche.
Como entonces no me llevaron a despedirte, te envío ahora muchos besitos muy grandes a donde estés, bisa María.